Una reflexión sobre nuestra capacidad de cambiar el mundo, la sociedad que nos rodea y nuestra realidad.
Cuentan que hubo una vez un pueblo indígena castigado por el cielo. Estaba ubicado entre frondosas montañas, en una llanura en la que jamás calentaban los rayos del sol.
En el pueblo siempre reinaba la oscuridad y la penumbra, pues la montaña mas alta era precisamente la que estaba orientada hacía la salida del Sol así que impedía que los rayos del astro calentasen y alumbrasen al pueblo.
Los habitantes del pueblo estaban desesperados, los niños nacían débiles y siempre tenían un aspecto blanquecino y enfermizo. Enfermaban con facilidad y su carácter era tan frío cómo las largas tardes de invierno.
Cuentan que un día uno de los habitantes se cruzó con uno de los ancianos del poblado que caminaba torpemente rumbo a la montaña que ocultaba el Sol con una cuchara metálica en la mano.
Le preguntó: – ¿A donde va anciano, con esa cuchara?
A lo que el anciano contestó decidido: – Voy a cavar en la montaña hasta hacerla desaparecer para que de una vez por todas pasen los rayos del Sol.
El vecino asombrado le replicó: – Pero buen anciano, eso es un trabajo de años, es imposible para usted solo…
El anciano lo miró unos segundos y sentenció: – Alguien tiene que empezar…
Dicho esto se dio media vuelta y continuó su camino hacia la montaña.
Cuentan que el vecino fue corriendo a contarlo y muchos otros vecinos decidieron abastecerse de cucharas, palas y todo tipo de material y salir al camino para seguir al anciano y dicen que en pocas semanas, un par de días antes de que el anciano falleciera al pie de la derribada montaña, ésta había desaparecido y el Sol brillaba cada día en la llanura, en la que los niños empezaron a mejorar y a crecer sanos y fuertes.
Pero sobre todo, crecieron con una idea muy clara, no dejarse llevar por la muchedumbre que no actúa y dar un paso adelante para cambiar las cosas cuando la situación no es propicia, al fin y al cabo, cómo decía el anciano: “Alguien tiene que empezar”.
Diego Gallardo